Hablar rutinariamente, sin ningún tipo de novedad, llevaría la gente al cansancio.

De tanto escuchar lo mismo, lo interpretaría como el marqueteo de algo vacío.

Si existiera una inducción renovadora en cada discurso para que quien lo escuche se motive a permanecer de manera consecuente día a día, entonces la cosa sería diferente.

Por eso, todo lo que provoca una estimulación de los sentidos es algo motivador, siempre que sea novedoso, cambiante y deje de ser una rutina que provoca lo que la gente califica como «mas de lo mismo».

En política, escuchar lo mismo y no ver el avance de lo que se dice muchas veces, a manera de promesa para el bienestar social, es una rutina engañosa.

El bienestar social tiene que ser una meta que solo se logra si se busca en compañía de realidades palpables, porque las promesas que no se cumplen, conducen al deterioro de la imagen de quien ofrece y se siembra desconfianza, incertidumbre y muchas reacciones negativas que se propagan como la pólvora.

Las obras públicas son un pulso.

Cuando se empieza una obra y no se concluye en el tiempo que se promete, las críticas se multiplican a raudales.

La arraigada tradición de celebrar el no muy convincente milagro o misterio de la navidad, es una ocasión para que la gente sea vocera del bienestar social, pero, como estrategia de marketing, tiene que ser algo bien administrado, para que los frutos maduren, se puedan recoger y así poder celebrar el disfrute de una cosecha exitosa.

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